Provincia, quienes nacimos en ciudades pequeñas o pueblitos somos llamados con el apelativo provincianos. No nos molesta que nos piensen así, crecimos en lugares pequeños, también tranquilos, algunos de ellos rodeados de diferentes árboles frutales, con algún lago cerca o río serpenteante.
Lo primero que llama la atención de vivir en estos sitios es la genuina tranquilidad, nadie está corriendo por todo, cada cual se toma el tiempo necesario para sus actividades. Tiene su gracia, además todo está siempre muy cerca, y prácticamente todos nos conocemos. Sin embargo, quienes buscamos nuevas oportunidades de trabajo, comenzamos con la espinita de estudiar una carrera o trabajar en la gran Ciudad de México.
Me llamo Majo Herrera. Estudié teatro en Xalapa, con toda la intención de, algún día, pisar la capital mexicana. Mis compañeros y yo soñábamos con la oportunidad de poder presentarnos en escenarios importantes como el famoso Palacio de Bellas Artes. Aun cuando sólo lo conocíamos en videos o fotografías.
Mis padres estaban nerviosos, la idea de pensar en que su hija mayor migrara a la gran ciudad les generaba dolores de cabeza. Mi padre, un respetado abogado, comentaba constantemente que las ciudades grandes no eran lugar seguro para las chicas de mi edad. Y con una carrera artística me complicaba mucho más. Mi mamá, por el contrario, aunque nerviosa por mis aspiraciones, se mantenía con mayor esperanza. Me alentaba a seguir mis sueños, siempre y cuando me cuidara y tuviera una meta clara.
Mi pareja de entonces estaba terminando una carrera en abogacía, pero él no pensaba en la ciudad de México, su abuelo, un enérgico y exitoso abogado regiomontano ya tenía planes para su primer nieto. Terminando el séptimo semestre de mi carrera, Lalo llegó a mi casa con un enorme ramo de flores, muy arregladito, con un traje de charro, parecía un actor del cine de oro, acompañado de un elocuente cuarteto. Me propuso matrimonio, me quedé muda, en shock, pensé ya casi termino mis estudios. Acepté, la boda sucedería al cabo de un año aproximadamente. todo parecía acomodarse. De pronto, esos sueños de viajar a la ciudad parecían estarse esfumando.
El año pasó muy pronto. Mis padres estaban felices, sobre todo mi padre, la idea de que su hija migrara junto con su joven esposo, a otra ciudad menos peligrosa y próspera, le pareció la idea más sensata. Una noche, Héctor, mi mejor amigo de la carrera, me citó en un café para darme una noticia importante: Iría a CDMX tal y como lo habíamos soñado. Se veía radiante, muy entusiasmado, hablaba con una convicción delirante. Al regresar a casa, algo en mí se removió en mi interior. Héctor hablaba de lo importante de realizar los sueños personales cueste lo que cueste. Esa noche me acosté confundida, amaba a Lalo, no cabe duda, pero mis sueños de ir a la ciudad de México, ¿dónde habían quedado?
Me casé y viajamos hacia Monterrey, a penas llegamos, Lalo ya tenía un puesto de trabajo asignado en la firma de su abuelo, estábamos felices. Los primeros meses fueron complicados, adaptarse a una nueva ciudad no fue fácil, por mi parte, busqué alguna compañía teatral. Mientras tanto, Héctor me escribía contándome todo lo que cambió su vida, ya participaba en una compañía teatral importante.
Lalo a tope de trabajo, más comprometido en la compañía, la presión de ser el nieto del dueño de la firma lo tenía nervioso y excitado. Ya no teníamos tiempo para hablar o estar juntos. Los fines de semana que, en principio eran nuestros espacios personales, se llenaron de trabajo y pendientes en su agenda. Yo no lograba sentirme cómoda en una ciudad tan industrializada, más bien extraviada, inconforme. Al año de casados, el abuelo de Lalo lo promovió al frente de una nueva firma. En esa reunión hablaron de los retos venideros.
Estaba contenta por mi esposo, pero yo no me sentía satisfecha conmigo misma. Finalmente, el señor Ruvalcaba me miró y me hizo una única pregunta: ¿cuándo encargarán a su primer hijo? Me quedé gélida, no supe qué responder. De vuelta en el camino, Lalo me dijo lo increíble que sería quedar embarazados. Esa noche no pude dormir, me desperté en medio de una pesadilla. Yo no quería ser mamá, me dije. Y ese fuego en mi interior volvió a removerme las entrañas.