La vida adulta

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El clima de la ciudad es la cosa que más disfrutarás. Nunca es demasiado caluroso, ni el frío corta el rostro. Ayer llovió por la noche, hoy, en cambio, desperté con un sol radiante encima de un cielo despejado de nubes.

No obstante, estamos en época de lluvias, y es sólo ella quien puede detener o colapsar al gigante capitalino. Me aventuré a decir que hacía buen tiempo, las nubes grises acaban de ponerse y una lluvia tupida empieza a barrer las calles. Creo que hoy me tomaré el día. Han sido días ajetreados, todavía no tengo un empleo.

¡Bienvenidos a la vida adulta! Hablamos siempre con un resquicio melancólico sobre los tiempos pasados, parece 31 - JULIO- 2023 que es nuestra incapacidad de permanecer en el aquí y el ahora. De niña, en Xalapa, fantaseaba con escenarios musicales donde mi yo adulta se abría camino sobre una avenida de luces altas, anchas calles, múltiples museos y salas de concierto; me veía como una mujer independiente en un mundo soñado.

Era feliz con mis muñecas, mis sueños, pero también deseaba crecer rápido y convertirme en una adulta. El movimiento de las ciudades pequeñas parece una brisa marina, por eso queremos irnos, siempre que iba al puerto de Veracruz, y veía esos enormes buques, imaginaba con poder escaparme rumbo a Europa. Naturalmente Europa o Asia o México significaba lo mismo. Yo sólo quería irme y encontrarme con el huracán del océano capitalino.

Me estoy tragando mis palabras. Vértigo, eso se siente la primera vez que subí al metro, la serpiente mecánica devoradora de hombres. El movimiento trepidante de esta ciudad demuestra con creces su caudalosa tempestad. Nadie que no esté dispuesto a cruzar la tormenta, sobrevivirá; suena muy exagerado, lo juro, nunca me he sentido más cansada, asustada, emocionada, contenta, justo un huracán de emociones. Salimos de casa para habitar otra. Seguimos siendo esos nómadas de la prehistoria, ahora convertidos en errantes migrantes, nos vamos en grupo o solos, y sin esos puentes, sin esos muelles, la navegación sería casi imposible.

Héctor lleva viviendo tres años en CDMX, me confiesa que se ha cambiado de departamento unas diez veces. No daba crédito a semejante hazaña, ¿escuché bien?, pensé. Sin embargo, el rostro de mi amigo reflejaba otra cosa, estaba feliz, ya era un buen navegante. Si no fuera por su apoyo, toda esta aventura podría ser una tragedia. Nos conocimos en la carrera, Héctor es un joven talentoso, de enormes ojos castaño oscuro y pestañas largas. Su voz, suave y precisa, entona cada una de las palabras, tal y como si tuviera todo aprendido de memoria. Más introvertido que la mayoría, su talento estriba en la perseverancia, el estudio y la improvisación. Para quienes estudiamos carreras artísticas como el teatro y la danza, debemos aprender a adaptarnos y sacar provecho de nuestras propias debilidades, sin duda Héctor ha usado su talento y calidad humana para salir adelante.

Escribo desde el cuarto piso de un departamento de tres recámaras, con un diminuto lobby, un comedor armado con diferentes sillas, y una cocina compacta y compartida. Los migrantes también necesitamos aprender a vivir en grupos. Nos reinventamos nuevas redes de apoyo. Quien esté dispuesto a vivir aquí, dice mi amigo terminará por compartir más cosas con los otros que con nadie más.

Tal parece que la vida adulta tiene que ver más con moverse, aprender adaptarse, comulgar con nuevas mañas sociales y viajar más ligero, con la mira puesta en lograr establecerse en un sitio solo para hacerlo propio. Menos es más, aplica para muchas situaciones, llegué hace un mes, el trabajo sigue siendo lo más complicado de hallar. Todos lo sabemos, la pandemia puso de cabeza el mundo entero, la vida cambió muy rápido de manera drástica. Pero es aquí, en el corazón de un país gigantesco, donde se reinician muchas historias. Gracias a esos primeros viajeros abriéndose paso hacia las grandes urbes, nosotros, los nuevos nómadas, podemos iniciar o continuar con el verdadero meollo de la vida adulta: trabajar, vivir, continuar, avanzar, mover, soñar, actuar.

Por eso, si estás leyendo esto y necesitas un empujón, recuerda que no estamos solos. Necesitaremos tomar impulso cada cierto tiempo para enfrentar los retos por venir. Ya no soy esa niña de Xalapa, pero su ímpetu sigue ardiendo dentro de mí. Por fin cesó la lluvia. Mañana tengo un desayuno con Héctor y una amiga suya llamada Karla, una chica que, como yo, viajó a esta ciudad con una peculiar historia. Se las cuento en la siguiente entrega.