Los Sueños Personales

Compartir

Los sueños tienen fecha de caducidad, eso lo he leído en alguna parte. Estudiamos con la primera idea de poder descubrir nuestro sentido en la vida, no cabe duda. Desde niña siempre fui una soñadora, me pasaba las tardes escribiendo en una pequeña libreta todas las ideas disparatadas de mi cabeza. ¿Sería escritora?, si bien los libros y escribir historias me encantaba, un hecho fortuito cambió el rumbo. En una ocasión, llegó una feria a Xalapa a la que todo el mundo asistió.

Recuerdo estar parada en la fila, con el corazón a todo galope. Nunca había estado en una feria. La función principió con la entrada de dos payasos pedaleando arriba de un pequeño triciclo. No estoy segura si fueron sus trajes, sus rostros maquillados, sus 31 - JULIO- 2023 trucos de magia, su energía en el escenario o todo junto, lo que ocasionó un vuelco en mi corazón.

De regreso a casa, parecía más abstraída en mis pensamientos, sonreía extasiada por lo que acababa de presenciar. Ese número de clown selló mi espíritu. ¿Quiénes eran esos sujetos detrás del maquillaje, capaces de aquello en una carpa de circo? ¿Cómo lo habían logrado? Las semanas posteriores a la feria, no dejaba de pensar en esos payasos y sus extravagantes actos en el escenario. Estoy segura, esa noche encontré mi destino.

No quería ser un payaso, más bien deseaba poder hacer eso “mágico” que lograron aquellos hombres disfrazados. Parecían no sólo estarse divirtiendo, era libertad de hacer cualquier cosa delante de todos nosotros. Comencé a imitar a mi padre, su tono de voz, sus manoteos, sus frases solemnes. También a mi mamá o alguna de mis hermanas. Se doblaban de risa cuando decía alguna frase emulando a nuestro padre, o alguno de nuestros profesores.

Entonces no lo sabía, pero aquellas tardes imitando a los adultos o a mis hermanas, revelaron mi convicción de ser una actriz, alguien capaz de adoptar un personaje tan diferente a mí, y no sólo eso, si no lograr convencer a los demás de mis dotes camaleónicos. Estoy segura de que mi profesión de actriz nació en aquella carpa de circo.

Hablé con Lalo, le dije que deseaba retomar mi verdadera vocación con el mismo ímpetu de esa niña imitando a sus familiares y profesores ¿Y qué hay de ser padres?, me preguntó. No era el momento, lo sabía y se lo dije. Lalo me abrazó y me dijo que tomara un respiro, si lo deseaba, con mis padres. Los llamé, necesito un tiempo para pensar en Xalapa. Se alarmaron. Regresé a casa con la idea de aclarar mi mente y poder evaluar las posibilidades.

Apenas llegué a casa, me puse en contacto con Héctor, hablamos sobre mis nuevas dudas, y mi única certeza: quería ir a la ciudad de México y poder hacer lo que más me gustaba. Seguir los sueños, aquella frase retumbaba en mi interior. Los sueños tienen fecha de caducidad. Me sentí despertar de un largo sueño. Recordé a esa niña con los ojos y su boca bien abierta, mirando aquellos payasos, aterrada, divertida, asombrada. Hablé con Lalo, no quería continuar en Monterrey, pero tampoco deseaba romperle sus sueños. Lo has logrado y estoy tan orgullosa de ti, fueron mis palabras. Nos quedamos mudos. Escuché a Lalo llorar por vez primera.

Ambos queríamos ser felices haciendo lo que amábamos. Hablamos con nuestros padres, naturalmente estaban sorprendidos, aterrados y tristes, muy tristes. ¿Era una separación de verdad? Siempre estaré agradecida con el amor de Lalo. Nos dimos un fuerte abrazo a fuera de mi casa. ¿No te parece curioso? – le dije—por fin pudimos volver abrazarnos. Me separaba del amor de mi vida.

Pero también amaba al teatro. Era el momento de partir. Nunca estuve más dispuesta, la vida inicia con un empujón, claro que tuve miedo, soñar da miedo, pero mis ganas de moverme se impusieron. De eso se trata la vida adulta. Con veintitrés años decidí salir hacia Ciudad de México, mi papá seguía igualmente nervioso como cuando confesé: seré actriz. La vida adulta también es soltarse del lugar donde fuimos felices y reinventarnos nuestra propia historia. El miedo y la emoción me impulsaban muy fuerte. No quería solo soñar, incluso si el sueño me despertaba de repente, necesitaba buscar mi camino. ¡Allá voy Ciudad de México!